Iván Godoy Flores. La pobreza en Chile disminuye significativamente y se ubica en el mínimo histórico. Según el Ministerio de Desarrollo Social y Familia con colaboración de la Universidad de Chile, indicó que la pobreza por ingreso pasó de un 10,7% a un 6,5%. No cabe duda que son motivos para celebrar y un logro del gobierno de Boric que se debe reconocer. Sin embargo la pobreza baja pero la desigualdad sube: el 10% más rico de Chile tiene 42,7 veces el ingreso del 10% más pobre. El ingreso autónomo del primer decil es de $94.767, mientras el décimo decil recibe $4.154.848. Pese a los indicadores del Gini que muestran un leve descenso de la desigualdad. Pero las fallas del Gini –por muchos conocido- no son asunto hoy de esta columna.
¿Pero por qué el cuestionamiento? Podríamos iniciar diciendo que somos (Chile) el país más desigual de la OCDE (Ciper Chile, 2022) como herencia de gobiernos anteriores. El Estallido Social, seguido de la Pandemia de Covid 19, significó el deterioro de los quintiles más bajos de la población productos de las pérdidas de puestos de trabajo y la cada vez mayor precarización del empleo. A ello agréguese que los quintiles más ricos acumularon (no solo en Chile) más riqueza en el mismo periodo. La enorme desigualdad en Chile también se puede explicar desde la tasa impositiva (una de las más bajas de la OCDE), la estructura anquilosada del impuesto regresivo, la elusión fiscal (más perjudicial que la evasión), y la ausencia de tributación a las grandes riquezas y patrimonios.
De ahí que el gran debate en Chile gira en torno a la reforma tributaria, pero con la nula adhesión de la derecha y extrema derecha y algunos partidarios de la centro izquierda en la mesa de conversaciones con el gobierno de Boric. Y de paso tampoco quieren debatir sobre la reforma previsional. Ya no se puede obviar esta realidad.
Las consecuencias para un país como el nuestro cuya estructura descansa sobre el neoliberalismo doctrinario no solo son económicos, sino psicosocial y cultural. Somos uno de los países con mayor índice de suicidios (el 6º según la OMS) (producto de la ansiedad, frustración, impotencia, tensiones, stress y depresión) y además el país latinoamericano con el mayor nivel de enfermedades mentales entre los trabajadores. Agregaría también con el mayor nivel de riesgos psicosociales. Culturalmente se ha instaurado hace mucho, la privatización de la ética, una externalidad del conjunto de características formadas por la alienación, el individualismo y la competitividad en oposición a la cooperación y la cohesión social. No podemos como país permitir la complacencia de esta situación que a todos -los que nos levantamos temprano- nos afecta. La desigualdad sigue siendo injusticia. El problema de la injusticia es que cuando se acumula en una comunidad, ella estalla con consecuencias imprevisibles. Y después no digamos, “no lo vimos venir”, nuevamente.